Tropezar no es malo, encariñarse con la piedra sí
Edison dedicó los años 1878 a 1880 a trabajar en al menos 300 teorías para desarrollar una bombilla incandescente eficiente, resaltando así la importancia de la perseverancia y la determinación de no rendirse antes de tiempo, así como la voluntad de levantarse después de tropezar.
Aprender a tropezar es parte intrínseca de la experiencia humana. Cada error debe ser una oportunidad para levantarnos y extraer enseñanzas de lo ocurrido. Lamentarse o buscar culpables externos no es efectivo; en cambio, reflexionar sobre la lección aprendida es la clave.
En 2011, un estudio en la revista Psychology and Aging indicó que a medida que envejecemos, nuestro cerebro aprende mejor de los errores que de los aciertos.
Comparando el aprendizaje por ensayo y error con el aprendizaje sin errores en ejercicios de memoria en adultos de 20 a 70 años, se concluyó que los adultos mayores recordaban mejor las palabras clave cuando se utilizaba el método de ensayo y error.
Este resultado se atribuye a la disminución gradual de la memoria en adultos mayores, ya que el método de ensayo y error requiere asociaciones que implican un mayor esfuerzo cerebral.
El perfeccionismo, aunque puede ser una virtud en tareas relevantes, puede ser perjudicial si cada error se percibe como un fracaso. Evitar el perfeccionismo implica aceptarnos a nosotros mismos, entender que las metas son flexibles y adaptarlas según las condiciones cambiantes.
La celebración de logros es crucial para aceptar la realidad que nos rodea. Al evitar tropezar repetidamente con la misma piedra, es decir, cometer el mismo error una y otra vez, se destaca la importancia de un examen de conciencia para comprender las consecuencias negativas, evaluar si vale la pena repetir el mismo error y considerar alternativas para actuar de manera más acertada en situaciones similares del pasado.