Por qué los castigos no funcionan y las consecuencias que generan
Castigar a un niño significa emplear alguna medida desagradable o incluso humillante en contra del niño o adolescente que le impone un adulto por su desobediencia o un mal comportamiento... pero los resultados siempre son peores que las causas que buscan remediar.
Se trata de un método riguroso en la crianza que puede traer consecuencias muy negativas en el niño, y que incluso llegan a mantenerse en su vida adulta.
En nuestra sociedad actual que muchas veces se cree progresista por dejarse llevar por modas y lo políticamente correcto, olvidando los valores reales y de la tradición familiar, aún no se han atendido cuestiones realmente importantes que avancen en la educación desde la familia.
Y el empleo del castigo es una de estas cuestiones que aún están vigentes.
En general, muchas veces el castigo implica ciertas medidas de reprimenda para corregir un determinado mal comportamiento de los niños.
Siglos atrás donde las realidades de las familias eran mucho más rígidas y la vida en general mucho más dura, el castigo era algo normal, incluso para los adultos.
Sin embargo, hoy en día, aun con el progreso en áreas como la psicología infantil y la pedagogía, y también en las legislaciones, todavía el castigo tradicional es considerado una consecuencia aceptable para ciertas acciones de los niños.
En cuanto los adultos, las consecuencias de las malas acciones son claras, se puede perder un trabajo, ser expulsado de un ámbito o hasta enfrentar penas más graves, pero nunca sanciones físicas.
Sin embargo con los niños, todavía se emplea muchas veces la fuerza física, la humillación o la privación irrazonable de sus derechos.
Por estas razones castigar a los niños no funciona
Y aunque pueda ser algo comúnmente aceptado, no esperes un buen resultado de tales acciones, y hay muchas razones que lo explican:
La sociedad ha cambiado mucho en los últimos tiempos y los niños lo perciben muy bien. Saben que ya nadie es azotado con varas por una falta. Los antiguos métodos autoritarios ya no son aceptables y las consecuencias se vuelven en contra de los educadores.
Además, la sociedad mantiene cierto acuerdo en contra de un trato demasiado severo hacia los niños y alguien que la aplica ya no encaja en la sociedad actual.
Esto es porque muchos de los adultos padecieron las consecuencias de estos castigos y aun lidian con ciertos rasgos de personalidad que quedaron como secuelas.
El castigo por lo general se trata de emplear o demostrar fuerza, enfocada en pretender remediar la situación misma de mala conducta.Pero no hace que el niño entienda qué fue lo que hizo mal, sino que lo que entiende es que otros pueden imponer su voluntad sobre él si son más grandes o fuertes.
Esto, lejos de enmendar la conducta, refuerza los objetivos de comportamiento incorrectos de los niños, que ahora verá este mal actuar como una rebeldía en el contexto de una lucha por el poder, para llamar la atención, o una venganza que refleje su impotencia por el desnivel de fuerzas que no puede revertir.
Esto significa que el mal comportamiento volverá a repetirse y el castigo no habrá servido de nada. O muy por el contrario, los niños se volverán demasiado pasivos y sumisos, y obedecerán a cualquiera teniendo una actitud de víctima por el temor a un nuevo castigo.
El castigo tiene un efecto contrario al que se busca
Los investigadores Elizabeth Gershoff y Andrew Grogan-Keylor realizaron numerosos estudios del tema en la Universidad de Texas y Michigan y llegaron a la conclusión de que el castigo corporal demuestra ser totalmente inútil.
En cambio las consecuencias negativas que provocan en los niños persisten a muy largo plazo, sin importar tanto la severidad que tuvo el castigo.
Además, en cuanto la amenaza del castigo desaparece, el mal comportamiento vuelve a repetirse una y otra vez.
Fuente: Mente asombrosa