Un niño obediente y tranquilo no siempre es un niño feliz
Un niño que siempre está tranquilo y es obediente, aunque sea muy conveniente para los adultos, no siempre significa que es un niño feliz. Y es que cuando sentimos miedo, lo primero que hacemos es escondernos de nosotros mismos, guardar silencio e intentar pasar desapercibidos.
Muchas veces el tema de la obediencia está sobrevalorado o puede ser mal entendido por los padres, que un niño sea obediente no necesariamente quiere decir que sea feliz.
En ocasiones pretendemos que los niños sean demasiado responsables y se comporten como adultos, cuando apenas están descubriendo las reglas del mundo.
Es natural y sano que los niños se rebelen en ocasiones frente a lo que no entienden, y por eso los padres que están orgullosos de la completa obediencia de sus hijos deberían preguntarse si lo hacen por temor o si son felices en verdad.
Cuando un niño es tranquilo porque está asustado, será obediente y sumiso, pero lo que le estarás enseñando es que lo más importante es que complazca a los demás y que deje de lado sus propias necesidades, opiniones y deseos, el resultado será que sea un niño infeliz y un adulto resentido con el mundo.
El niño no se considerará valioso, y poco a poco dejará de defenderse y los demás tarde o temprano terminarán por tratarlo a su antojo.
Niños inquietos son niños felices
Saber si un niño tiene una infancia feliz es fácil, lo verás gritar, saltar, explorar y ensuciarse todo el tiempo. Si bien algunos niños son más inquietos que otros, debes prestar atención si no ves que tu hijo esté jugando y haciendo travesuras y se la pasa todo el tiempo quieto y apartado.
Desde luego, nuestros hijos necesitan reglas claras y límites, pero si un niño es demasiado obediente, puede deberse a que esté teniendo una educación autoritaria, y que las reglas no se estén cumpliendo por entenderlas y respetarlas, sino por la amenaza y el temor.
Se debe emplear la empatía y no el miedo para conseguir que el niño sea obediente y respetuoso sin dejar de ser feliz.
Y es que los niños (como todos) necesitan entender el porqué de lo que se les exige. si solo nos limitamos a dar ordenes y esperar que obedezcan, educaremos personas inmaduras que durante toda su vida necesitarán a alguien que les diga qué hacer y qué no hacer.
Los padres tienen la difícil misión de encontrar las verdaderas motivaciones de sus hijos, y así les darán su personalidad y sus habilidades para su vida. Es su responsabilidad encontrar qué los hace felices y guiarlos en esa dirección, y no truncarlos con sus propios deseos.
Los niños deben ser niños
Los adultos deben poner límites pero también ser una guía para los niños, enseñando con el ejemplo cuál es el camino correcto y cuál no. Deben enseñarles a entender que para todo hay un momento y lugar oportunos.
Pero esas reglas y límites se deben establecer con amor desde pequeños, sin imponerlas con miedo sino respeto. Los niños respetuosos sí son niños felices, y además, son aceptados y queridos en cualquier lugar.
Desde luego, tus hijos cometerán sus propios errores, y cuando eso ocurra, lo mejor sería que acudan a ti por ayuda o consejo, y no que te lo oculten por miedo.
Los padres deben educar con amor, con límites sanos y lógicos, con mucha paciencia y recordando qué cosas los hacían felices a ellos cuando eran niños y qué no, así sus propios hijos tendrán una infancia feliz y saludable.
Y para eso, se debe escuchar a los niños, demostrando que se los respeta y valora sus opiniones. Ese respeto se gana respondiendo preguntas y con argumentos de acuerdo a su edad, pero también teniendo en cuenta sus necesidades y preferencias.
De este modo serán niños obedientes, pero con inteligencia, porque entienden cuál es la razón de las reglas y los beneficios que tiene seguirlas.