Las consecuencias de una educación basada en el miedo
Siempre que se da una crianza de este tipo, es el reflejo de adultos con poca confianza en sí mismos. Una educación centrada en el miedo consta de distintos aspectos.
En muchos casos los padres tienen dificultades para disciplinar a sus hijos y recurren al autoritarismo para imponerse y mantener el control. Dicho de otra manera, intimidan a los hijos esperando que obedezcan, bajo la amenaza de castigos si no lo hacen.
Otras veces, la educación basada en el miedo es producto de padres ansiosos, que temen hacer mal su trabajo, o están demasiado preocupados por lo que pueda pasar a sus hijos. Esos miedos acaban por transferirse a sus hijos creando en ellos una profunda ansiedad.
En un entorno donde esas actitudes son comunes, la infancia no se desarrolla normalmente, y esto deja sus secuelas.
La educación autoritaria
La mente de un niño solo se desarrollará adecuadamente si aprendió a respetar los límites desde pequeño, y esa es una de las principales tareas de los padres mientras crecen en la sociedad. Y para esto también es necesario que se entienda el límite entre lo que se puede aceptar y lo que no.
De todos modos, para muchos padres resulta muy trabajoso educar a sus hijos, o puede que no estuvieran listos para tal responsabilidad, o que ven a la paternidad como un obstáculo a sus proyectos.
En casos como esos es muy común que tengan poca paciencia y tolerancia escasa frente a las acciones de sus hijos.
Como consecuencia muchas veces su manera de criarlos será con autoritarismo o malos tratos. Puede que no fijen bien sus límites y que terminen por socavar la autoestima y la confianza de sus hijos en sí mismos.
El uso de la fuerza en los niños puede llegar a hacer que cuando crezcan recurran a las mismas actitudes agresivas o sean sumisos frente a los demás.
Una educación basada en la ansiedad
Es lógico que la paternidad genere mucha ansiedad, pues quieren hacer lo mejor por sus hijos, pero no tienen claro cómo hacerlo o por distintas circunstancias creen que no pueden. Se sienten inseguros y compensan este sentimiento con una sobreprotección que puede ser aun peor, según demostraron estudios.
Estos padres no pueden evitar pensar todo el tiempo en los riesgos que corren sus hijos por todo. Las escaleras, la cocina, el biberón, todo parece un riesgo. Si corre podría caerse, si se aleja podría perderse.
Y estos temores, sin quererlo, se transmiten a sus hijos y acaban por creer que siempre están en peligro.
Es muy común que estas actitudes den por resultado a personas ansiosas cuando esos niños crezcan. Un temor la mayoría de las veces injustificado del que no podrán deshacerse. Temerán tomar iniciativas y dudarán de todo lo que hagan.
Un entorno peligroso
Desde luego hay riesgos reales en el mundo para los niños y para cualquiera. Y no resulta sencillo educar a los hijos en un sano equilibro entre la ansiedad y la prudencia. Pero se debe señalar esos peligros reales y no dejarlos como un miedo general.
De otra forma el niño no podrá identificarlos mientras crece y si en algún momento no están sus padres, estará indefenso. Si en cambio saben a qué prestar atención, no tendrán esa constante sensación de un miedo general e impreciso hacia todo.
El miedo no es buen consejero ni tampoco un buen método para educar, no al menos si queremos que nuestros hijos sean autónomos y libres. Deben ser prudentes, pero para serlo necesitan tener una comprensión realista de sus entornos.