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Cuando perdemos a nuestra madre perdemos para siempre una parte de nuestra alma
Decir un adiós definitivo es una de las cosas más difíciles de la vida, en especial si se trata de las personas que hemos amado, las que nos han acompañado los momentos más importantes de nuestra vida.
No importa si pase de manera imprevista o anunciada, siempre la muerte de un ser amado es muy doloroso, sobre todo si se trata de alguien tan importante como nuestra madre.
Para un hijo, la pérdida de la madre es quizás la prueba más dura que se pueda imaginar y afrontar. Sin embargo, las enfermedades, la vejez u otras circunstancias de la vida, son simplemente situaciones en las que no tenemos ningún control.
Y simplemente no importa la edad que podamos tener, si es que aun somos niños o adultos, perder a nuestra madre siempre es muy doloroso.
Nuestro amor por ellas es imposible de medir o cuantificar, y apenas se puede demostrar todos los días con palabras y acciones. Su manera de criarnos aun con errores, pero repleta de amor y grandes aciertos, son la base que nos constituye como seres humanos para salir al mundo por nuestra cuenta.
Pero ¿qué ocurre cuando ya no están con nosotros? Si la fortuna está de tu lado y todavía tu madre está contigo, deberías aprovechar todo el tiempo posible con ella, ámala y recuerda agradecerle todo lo que ha hecho por ti.
Nunca juzgues con demasiada dureza sus errores al criarte, no existe ningún manual para eso y en determinado punto eres tú quien debe ser responsable de tu vida y dejar de echar culpas a los demás.
Y por otra parte, quienes ya no tengan a sus mamás a su lado, sabrán muy bien lo difícil que es seguir en el camino de la vida sin ellas. ¿Es posible? Por supuesto que sí, aunque parezca difícil de creer en un primer momento, la vida continúa, sin embargo lo hará a un ritmo totalmente distinto.
Te podrás levantar, pero cuando pierdes a tu madre, también se irá con ella una porción de tu alma. No hay corazón que pueda reconstruirse de nuevo como si nada hubiera pasado, en ese proceso se transformará para nunca poder volver a ser el mismo.
Y no existe nada que nos prepare para perderla, incluso si tenemos la fortuna de poder despedirnos, si tuvimos algún margen para decir adiós o hacernos a la idea, resulta imposible estar preparados para ese duro momento, y ninguna despedida es suficiente. Y cuánto peor si sucede de pronto.
Ansiamos tener algo más de tiempo para decir todo aquello que el ajetreo diario no nos dio tiempo o dimos por sentado: un te amo, te extraño, lo siento o te necesito... Los días son insuficientes y todos los errores pasados se vuelven insignificantes.
Sin embargo, una vez que se supera la tristeza de los primeros días, y su ausencia se vuelve más un eco que un golpe helado, y poco a poco solo nos queda aprender a ver con ojos agradecidos todas las enseñanzas nos dejó para prepararnos a la vida.
Y entonces entendemos que ella está en cada acto grande o pequeño: el día que cumplimos un sueño, o simplemente tomamos aire para impulsarnos, cuando tocamos fondo y también cuando alcanzamos la cima, cuando buscamos superarnos, cuando viajamos, lloramos por algún recuerdo o simplemente vivimos.
Y nuestra madre nos habla todos los días con sus canciones favoritas, de su comida o lugares favoritos, el aroma de su perfume… Nunca permitas que su recuerdo se pierda y has que sea tu fuerza motriz. Mamá nunca se va del todo.
Fuente: Nueva mujer / Ok chicas / Consejos del conejo