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9 heridas emocionales de la infancia y sus consecuencias
Existen heridas emocionales que durante nuestra infancia nos marcan tanto que persisten hasta nuestra vida adulta y pueden condicionar nuestro destino si no sabemos reconocerlas.
Antes de ser adultos todos fuimos niños, todos estuvimos condicionados, para bien o para mal, por el ambiente familiar en el que nos criamos.
Y por esto, el adulto que llegamos a ser no es sino el resultado de todas nuestras experiencias vividas desde pequeños. En especial las heridas y posibles traumas que desde el pasado influyen de una forma muy marcada en nuestra vida.
La infancia y las heridas emocionales
La personalidad de los adultos muchas veces se determina por lesiones emocionales que resultaron muy dolorosas en la infancia y arrastran desde entonces sus consecuencias.
Aquí te mostraremos los diferentes tipos de heridas infantiles que tantas veces llegan a condicionar nuestra vida de adultos:
1. Heridas emocionales en la infancia: temor al abandono
La soledad para alguien que vivió el abandono en su infancia es el peor enemigo al que puede enfrentarse. Y por esta razón luego como adultos resulta común ese permanente temor a vivir otra vez esas carencias.
Entonces surge una gran ansiedad frente la idea de ser abandonado por la pareja, pensamientos que llegan a ser obsesivos e incluso conductas posesivas en exceso para compensar ese temor a sentir el abandono nuevamente.
2. Aislamiento permanente
Cuando los niños padecen una falta de cuidado por parte de sus padres y adultos cercanos, en muchos casos desarrollan marcadas alteraciones cuando llegan a la edad adulta, sobre todo si son sus padres los que no les dieron los cuidados necesarios.
Los psicólogos John Bowlby y Harry Harlow, estudiaron casos en que el aislamiento en la niñez luego se ha relacionado con serios problemas en el marco afectivo y las formas de relacionarse en la adultez.
3. Ansiedad y temor a los otros
En los casos en que se produce un aislamiento algo más moderado, las consecuencias que genera cuando somos adultos derivan en dificultades en ciertas competencias sociales y excesiva ansiedad.
Esto se observa puntualmente Al momento de relacionarse con desconocidos o por ejemplo hablar ante un público numeroso.
4. La traición y el temor a confiar en los demás
El temor a confiar en los demás se produce cuando el niño se siente traicionado por sus padres. Las causas pueden ir desde no cuidarlo, no cumplir sus promesas o estar ausentes cuando los necesita, lo que les causa profundas heridas.
Esa sensación de vacío genera desesperanza y muchas veces deriva en otras actitudes negativas como la envidia, baja autoestima, desconfianza o enojo…
Si tuviste problemas similares en la infancia, es posible que sientas que debes ejercer control sobre los demás, lo que genera un carácter muy posesivo.
Padecer una traición durante la infancia deriva en una personalidad controladora que busca tener todo bajo control y atado todo el tiempo.
5. Sufrir injusticias
Desde niños desarrollamos un sentido de justicia y podemos entender cuándo los demás están siendo justos o no con nosotros. Y por supuesto, si de niños vemos que somos tratados injustamente todo el tiempo, creceremos como personas inseguras y desconfiadas.
Incluso podemos llegar a no sentirnos merecedores del cariño o atención de los demás, y creer que nada de lo que hacemos vale la pena, y así desarrollar una mirada muy negativa de la vida.
Cuando somos adultos podemos llegar a tener dificultades serias para entablar relaciones saludables con los demás, pues creeremos que todos nos tratarán mal y nos será difícil confiar en ellos.
6. Ser rechazado emocionalmente
Mientras el niño crece, su espectro emocional se amplía, y además de la alegría o la tristeza, empieza a manifestar su enfado, celos, impaciencia, etc.
Y a pesar de lo que pueda parecernos, ninguna de estas emociones es en realidad algo negativo, solo se necesita que también aprenda a gestionarlas y canalizarlas.
Aun así, muchos padres rechazan o ignoran estas emociones infantiles con las que sus hijos intentan mostrar cómo se sienten, no aceptan sus emociones y los niños acaban por aprender a reprimirlas y esconderlas.
Finalmente, esto hace que el niño, cuando sea adulto, no sepa manejar sus emociones, y llegue a ser una persona indiferente o al contrario, en extremo impulsivo.
7. Desprecio hacia los demás
Cuando un niño recibe heridas emocionales en su infancia, estas provocan que incorporen conductas de rechazo social a su conducta.
Si un niño tiene la sensación de que las personas se comportan como depredadores está indefenso, pronto incorpora a su mente que la vida es una trinchera donde todos están enfrentados los unos a los otros.
Así, todos son considerados como posibles amenazas o por el contrario, recursos para obtener el resultado que se proponen.
8. Dependencia
Si los niños fueron sobreprotegidos por sus padres y los acostumbraron a consentirlos y darles todo cuanto quieren, cuando crezcan no entenderán por qué no todo se les da servido como están acostumbrados, y su rechazo a la realidad le generará duros reveses.
Peor aun, muchas veces para evadir esta realidad que no resulta como desean, buscan una nueva figura protectora, y en vez de luchar y aprender las actitudes necesarias para ser independientes y valerse por sí mismos en la vida, volverán a depender de alguien más para todo.
Esa es la conducta clásica de las personas caprichosas que demandan de los demás todo el tiempo cosas que no están dispuestos a hacer por sí mismos.
9. Síndrome del esclavo satisfecho
Cuando un niño padece situaciones de explotación en su infancia, aun si solo se trata en ser obligados a pasar demasiado tiempo estudiando por exigencia de los padres, esto promueve una tendencia a que sean explotados en la vida adulta.
Esto pasa porque aprenden que su valor como persona y el de su tiempo o fuerza de trabajo no tienen demasiado valor ni capacidad y deben compensarlo con largos periodos de trabajo diario.