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Un niño feliz es ruidoso, inquieto, alegre y revoltoso
Un niño feliz es revoltoso, inquieto y ruidoso. Sus manos querrán tocarlo todo y sus ojos solo ansían descubrir todas las maravillas del mundo. Hemos de permitir que nuestros hijos aprovechen al máximo la época más hermosa y mágica de sus vidas: la infancia.
Resulta curioso cómo en los últimos años está surgiendo un movimiento que parece no entender la esencia de esta idea.
Lo que es la infancia, lo que supone y el valor que representa para una sociedad. A día de hoy encontramos ya múltiples restaurantes, bares y ofertas hoteleras donde se indica claramente un “niños no”.
Lo mismo ocurre en ciertos bares y restaurantes. Se trata de una oferta distinta para todos aquellos que deseen pasar un instante de paz alejados de la presencia infantil. Este movimiento está teniendo mucha repercusión en Estados Unidos y Reino Unido. Y esto nos invita a reflexionar sobre una cuestión algo compleja.
¿Se nos ha olvidado ya lo que es la infancia? ¿Tan poca empatía tenemos que somos incapaces de conectar con esos años maravillosos, ruidosos y revoltosos que definen la niñez? Te invitamos a reflexionar sobre ello en nuestro espacio.
El niño revoltoso y la “supuesta” mala madre
Estamos seguros de que más de una mamá habrá vivido la siguiente situación. Estar en un espacio público y de pronto, que nuestro hijo empiece a llorar.
Al poco, todas las miradas se clavan sobre nosotras con aire molesto, como si estuviéramos haciendo mal nuestro papel de madre.
Los niños más ruidosos son más felices que los callados
La niñofobia o pensar que un niño que llora es el resultado de una mala crianza. Este es solo un pequeño ejemplo de lo que sufren día a día muchos progenitores. Ir a comprar, a pasar un rato a un teatro, a comer a un restaurante…
Si un niño grita, llora o llama la atención de otras personas es porque sus padres “no están haciendo algo bien”.
Si un niño grita, llora o llama la atención de otras personas es porque sus padres “no están haciendo algo bien”.
Es una idea incorrecta y estigmatizada. Cada niño tiene su personalidad y su forma de interactuar en sus contextos más cercanos. Los hay más inquietos y los hay más tranquilos. Pero ello no es siempre el resultado de la educación que les dan sus padres.
Los bebés lloran, y es el llanto ese lenguaje esencial para pedir algo, para comunicarse. Es algo natural que toda madre entiende.
De ahí, que debemos ser más empáticos y respetuosos cuando en un tren o un avión vemos a esos padres que intentan calmar a su bebé durante el viaje.
La niñofobia está haciendo que en muchos espacios de ocio de Estados Unidos y Reino Unido se vete ya la entrada a menores. No obstante, con ello, se prohíbe la entrada también a sus padres. Es algo sobre lo que reflexionar.
Queda claro, sin embargo, que en materia turística cada empresa puede ofrecer el servicio que desee. Por ello, si una persona desea pasar sus vacaciones sin ver ni escuchar a un niño, merece todo nuestro respeto.
Un niño feliz es un niño que corre, que grita, que llama nuestra atención
Cualquier niño desea tocarlo todo, experimentar, sentir, reír, aprender… Si le obligamos a callar, a no llorar, a hablar bajito y a no moverse de la silla, lo que tendremos es una criatura temerosa que no se atreverán a explorar, no un niño feliz.
Los lloros se atienden, no se censuran ni tampoco se obvian. Si un niño quiere tocar algo lo protegeremos de que no se haga daño. Es necesario fomentar su conducta de exploración, de curiosidad, de interacción con su medio.
La infancia es ruidosa por naturaleza. No hace falta más que pasar por una guardería o un centro de primaria a la hora del recreo para recordar lo que es ser un niño feliz.
Por lo tanto, si en algún momento ves a un niño que está siendo ruidoso, no mires mal a sus padres, no le recrimines, sé un poco más tolerante... ¡está siendo feliz!
Fuente: Guía infantil / Mejor con salud / Eres mamá