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7 heridas emocionales que sufrimos de niños y persisten en la adultez
Los conflictos, traumas y decepciones que vivimos durante la infancia no siempre quedan en el pasado. De hecho, la mayoría de las veces esas vivencias que tanto daño nos hicieron en los primeros años de la vida determinan toda nuestra existencia.
Esas experiencias terminan infligiendo heridas emocionales tan profundas que incluso cuando somos adultos nos sentimos como ese niño humillado, abandonado o asustado que fuimos una vez.
En este sentido, una serie de investigaciones realizadas en el McLean Hospital de Belmont, Massachusetts, revelan que el maltrato a una edad muy temprana, aunque tan solo se trate de abuso psicológico, tiene efectos negativos en el cerebro que se mantienen a lo largo del tiempo.
De hecho, las víctimas de la ira, la vergüenza y las humillaciones a menudo desarrollan ansiedad, depresión, estrés postraumático, adicciones o se vuelven impulsivos.
La infancia es la más valiosa etapa de nuestras vida, esto debido a que es en ella que aprendemos con más velocidad, vocabulario, lenguaje, significados.
Pero también emociones básicas, a partir de las cuales formaremos nuestra personalidad, canalizaremos nuestra manera de relacionarnos, y enfrentaremos los desafíos que se nos presenten en la vida adulta.
Cómo afectan las heridas emocionales de la niñez
Los traumas, llamados heridas emocionales en la niñez pasarán a formar parte de la médula de nuestras emociones cuando seamos adultos, podríamos compararlo con lo que sucede cuando maltratamos una planta apenas esta germina, las secuelas de ese maltrato permanecerán en la planta es sus hojas y raíces durante toda la vida de la planta.
Entender como aprenden los niños
Debemos tomar conciencia de esta realidad y controlar y revisar constantemente nuestras acciones para con los niños y en la vida familiar, y recordar que ellos aprenden más de observar como tú “haces” las cosas que de “escuchar” lo que tú dices de esa misma cosa.
Los hijos no vienen con un manual, es en un “hacer diario” que vamos desarrollando nuestro estilo parental, desarrollando habilidades para superar cada uno de los obstáculos que vamos encontrando en el camino.
Nunca habrá un padre perfecto pero si serás el mejor padre que puedas ser, poniendo en ejecución tus habilidades de observación, mejoramiento y cambio.
Entonces vale aquí recordar cuales son las principales heridas emocionales y traumas, que se pueden ocasionar en la vida emocional de los pequeños de la casa, para usar a modo de prevención, a la hora de actuar.
Al mismo tiempo se incluyen algunos consejos útiles a tomar en cuenta cuando debemos tomar ciertas decisiones.
1. Apego inseguro: Miedo al abandono, una cárcel en el corazón
Una madre que es amorosa y capaz de sintonizarse con su hijo forma a un adulto que se siente comprendido y apoyado.
De ella se aprende que las relaciones pueden ser estables y cariñosas, que el mundo es un lugar de oportunidad para ser explorado, que la gente cuida de ti, por tanto, se constituye en una base segura.
Cuando esto no ocurre, cuando la madre es emocionalmente poco fiable -a veces presente y a veces no- los niños entienden que las relaciones son volubles y precarias y que nada está garantizado.
Una niña, por ejemplo, pueden crecer con un tipo de apego inseguro, con una gran necesidad de conexión, pero siempre con la sensación de que puede pasar algo malo.
Esta niña con una madre ausente emocionalmente que en ocasiones se muestra en exceso “regañona” aprende a blindarse, a ser tan autosuficiente como sus capacidades le permitan.
Es un estilo evasivo de apego, mientras que la niña firmemente busca intimidad, su contraparte suele evitarla y no se compromete con ella; la hija ansiosamente busca un vínculo, no correspondido, lo cual crea una sensación de rechazo.
Estos patrones de apego persisten hasta la edad adulta y afectan en general la formación y estabilidad de las amistades y las relaciones románticas por igual.
2. Inteligencia emocional no desarrollada
Los niños aprenden sobre sus emociones a través de la interacción diádica; Los gestos y las palabras de una madre enseñan al bebé a calmarse cuando está estresado o incómodo.
Más tarde, la madre desempeña un papel clave para ayudar a sus hijos a expresar sus sentimientos, nombrarlos y aprender a manejar sus temores y emociones negativas.
Los niños inmersos en una relación de apego insegura no aprenden estas habilidades básicas que les ayuda a regular sus emociones.
Se encuentran envueltos o aislados, ambos estilos inseguros de apegos se interponen en el modo de nombrar las emociones y de poder emplearlas para expresar las emociones, lo cual es uno de los factores clave de la inteligencia emocional.
3. Deterioro del sentido de sí mismo
El rostro de una madre es el primer espejo en el que una hija se vislumbra.
El rostro de la madre sintonizada y amorosa refleja la aceptación, que le expresa “Tú eres tú y estás muy bien cómo eres.”
Sin embargo, el rostro de la madre no amorosa refleja defectos supuestos e insuficiencias.
Si la niña es rechazada o ignorada, aprende una terrible lección: que no vale la pena intentarlo o, si es criticada constantemente, asimila que nunca será lo suficientemente buena para nada.
Pocas niñas que tienen una falta de amor, son capaces de comprender con claridad lo que les ha sucedido en absoluto, especialmente si han sido los chivos expiatorios en la familia.
4. Falta de confianza
Para confiar en los demás, debes creer que el mundo es esencialmente un lugar seguro y la gente en él es bienintencionada, aunque a veces sea imperfecta.
Sin embargo, con un cuidador emocionalmente poco fiable o alguien que tiene una actitud combativa o hipercrítica, los niños aprenden que las relaciones son inestables y peligrosas, y que la confianza en los otros es efímera y no se puede contar con ellos.
Los niños sin amor suelen tener dificultades para confiar en todas las relaciones que establecen, pero especialmente en la de amistad.
5. Dificultades con los límites interpersonales
Una madre sintonizada logra enseñarle a su hijo que existe un espacio saludable en el cual puede respirar y ser el mismo incluso cuando existen relaciones cercanas.
Ella no se inmiscuye en el espacio propio, obligándolo a interactuar cuando él o ella aún no están preparados.
Su comportamiento refleja la comprensión de que hay un área de superposición, pero que cada persona en la dríada es independiente por sí misma.
La evitación en los niños surge cuando ocurre una superposición demasiado cercana e intrusiva; los niños entonces prefieren interactuar en niveles más superficiales para que su independencia no se vea amenazada.
Esto tiende a ser una respuesta a la actitud intrusiva de la madre o a la percepción de falta de fiabilidad.
O por el contrario, un niño excesivamente ansioso podría no entender la diferencia entre mantener una distancia prudente y ser aceptado.
Puede entonces confundirse ante la necesidad de un compañero o par de mantener cierta distancia como un rechazo. Creerá erróneamente que ser incluido es sinónimo de ser amado.
6. Elección de amigos y parejas tóxicas
Todos buscamos aquello que nos es familiar, y no es coincidencia que comparta raíz con la palabra familia.
Buscamos permanecer en la zona de confort, si no tenemos una base sólida que nos permita arriesgarnos por lo nuevo y más si existe falta de amor.
Hay una buena probabilidad de que al menos en un principio, te sientas atraído por aquellas personas que te tratan como lo hizo tu madre, pero una zona de confort familiar no necesariamente ofrecerá comodidad.
Hasta que como adultos comencemos a reconocer las heridas de la infancia, continuaremos recreando la atmósfera emocional en la cual crecimos en nuestras relaciones como adultos.
7. Sentimientos de aislamiento
Debido a que nuestra cultura cree obstinadamente que todas las madres son amorosas y que la maternidad es instintiva, una niña que crece sin el amor de su progenitora, creerá erróneamente que ella es la única hija del planeta que se encuentra con esta carencia.
Lo más probable es que se sienta aislada y asustada como resultado, además, es probable que se aislé a sí misma debido a la profunda vergüenza que siente.
Es poco probable que le diga a alguien lo que siente, más que nada, como todos quiere pertenecer a la tribu, son de esas chicas que abrazan desesperadamente a sus madres y se ríen con ellas en busca de lo que les es negado.
Andrea Brandt, terapeuta familiar, señala que cuando una persona vive alguna de estas huellas emocionales es muy probable que aprenda a ocultar parte de su personalidad, lo que puede causar conflictos muy serios en la salud física, emocional y mental.
El primer paso hacia el largo camino de la sanación de las heridas emocionales de la infancia es el reconocimiento y es aquí donde un/a profesional puede ser de gran ayuda.
Fuente: La vida Lúcida / Etapa infantil / Actualidad en psicología