"Yo soy Malala", LIBRO RECOMENDADO DE MALALA TOUSAFZAI

«¿QUIÉN ES MALALA?», 
PREGUNTÓ EL HOMBRE QUE EMPUÑABA EL ARMA.
YO SOY MALALA. ÉSTA ES MI HISTORIA

   "Yo soy Malala" nos hace creer en el poder de la voz de una persona para cambiar el mundo.
      Cuando los talibanes tomaron el control del valle de Swat en Pakistán, una niña alzó su voz. Malala Yousafzai se negó a ser silenciada y luchó por su derecho a la educación. El martes 9 de octubre de 2012, con quince años de edad, estuvo a punto de pagar el gesto con su vida. Le dispararon en la cabeza a quemarropa mientras volvía a casa de la escuela en autobús, y pocos pensaron que fuera a sobrevivir. Sin embargo, la milagrosa recuperación de Malala la ha llevado en un extraordinario periplo desde un remoto valle en el norte de Pakistán hasta las Naciones Unidas en Nueva York. 

   A los dieciséis años se ha convertido en un símbolo global de la protesta pacífica, y es la nominada más joven de la historia para el Premio Nobel de la Paz. "Yo soy Malala" es el excepcional relato de una familia desterrada por el terrorismo global, de la lucha por la educación de las niñas, de un padre que, él mismo propietario de una escuela, apoyó a su hija y la alentó a escribir y a ir al colegio, y de unos padres valientes que quieren a su hija por encima de todo en una sociedad que privilegia a los hijos varones. "Yo soy Malala" nos hace creer en el poder de la voz de una persona para cambiar el mundo.

El extraordinario periplo de Malala Yousafzai la ha llevado desde un valle remoto en el norte de Pakistán hasta las Naciones Unidas en Nueva York. Se ha convertido en un símbolo global de protesta pacífica y es la persona más joven de la historia en recibir el Premio Nobel de la Paz.

   “Yo quería crear una fundación para la educación. Tenía esa idea en mente desde que vi a los niños trabajando en la montaña de basura [no lejos de su casa]. No podía olvidar la imagen de las ratas negras que había visto allí, y la niña de pelo mugriento clasificando basura [entonces quiso que su padre le diera una beca en el Colegio Khushal, escuela privada fundada por él antes de que ella naciera]. Veintiún niñas nos reunimos e hicimos nuestra prioridad la educación de cada niña de Swat, especialmente los que trabajaban o estaban en la calle.

“Cuando cruzamos el paso de Malakand vi una niña pequeña vendiendo naranjas. Con un lápiz estaba haciendo rayas en un trozo de papel para llevar la cuenta de las naranjas que había vendido, pues no sabía leer ni escribir. Le hice una foto y prometí que haría todo lo que estuviera en mi mano para que las niñas como ella pudieran recibir una educación. Ésa era la guerra que iba a librar.”

    Luego del Premio Nacional de la Paz, en enero de 2012 ella y su familia viajaron a Karachi (invitados por Geo TV y por primera vez en avión) porque “el gobierno de Sindh” anunció que una secundaria femenina iba llevar su hombre en su honor (obviamente Malala habló en el acto). Y entre las actividades que hicieron allí, visitaron a unos parientes y el mausoleo de Mohammad Ali Jinnah, el fundador de Pakistán el 14 de agosto de 1947, y el contiguo museo que lo recuerda. Pero lo más inquietante fue que en el hostal donde se hospedaron los visitó Shehla Anjum, “una periodista pakistaní que vive en Alaska” y quería entrevistarla.
   Shehla Anjum les dijo y les enseñó que en la web los talibanes habían amenazado de muerte a Malala y a “Sha Begur, una activista de Dir”. En la tarde de ese día una llamada telefónica le informó al profesor Ziuaddin Yousafzai, el padre de Malala, que la policía había ido a su casa en Mingora para indagar si habían recibido amenazas. Y cuando regresaron de Karachi, la policía le mostró un dossier sobre Malala. “Le dijeron que a causa de mi perfil nacional e internacional [dice ella] había atraído la atención y las amenazas de los talibanes y que necesitaba protección. Nos ofrecieron policías, pero mi padre no estaba muy convencido [...]”; no confiaba en la policía y no aceptaron la custodia policíaca. 

  Tal era su fama que luego del atentado, en torno al Hospital Central de Swat a donde fue llevada en la misma camioneta, se congregó una multitud, entre ella “fotógrafos y cámaras de televisión”. Y algo más o menos semejante, pero in crescendo, ocurrió tras su traslado en helicóptero al Hospital Militar Combinado, en Peshawar, donde la intervinieron dos neurocirujanos: el coronel Junaid y el doctor Mumtaz.

 “Todos los canales mostraban imágenes mías acompañadas de plegarias y poemas emotivos, como si hubiera muerto”, dice.

 Por observaciones clínicas y la mediación de dos médicos británicos: gracias al doctor Javid Kayani y la doctora Fiona Reynolds se pergeñó su traslado al Queen Elizabeth Hospital de Birmingham, en Gran Bretaña. Según dice:

    “El lunes 15 de octubre [de 2012] a las cinco de la mañana me sacaron del hospital con una escolta armada. Las carreteras que conducían al aeropuerto estaban cortadas y había francotiradores en las azoteas de los edificios a lo largo del camino. El avión de los Emiratos Árabes estaba esperando. Me han contado que es el colmo del lujo, con una blanda cama doble, dieciséis asientos de primera clase y un pequeño hospital en la parte de atrás, con enfermeras europeas y un médico alemán a cargo. Siento no haber estado despierta para disfrutarlo. El avión fue primero a Abu Dhabi para repostar y después se dirigió a Birmingham, donde aterrizó a primera hora de la tarde.”
 


  En Yo soy Malala, la voz cantante de la protagonista —que mucho tiene de testimonio, de memoria histórica, geográfica, mitológica y religiosa, de autobiografía y conciencia crítica y política— bosqueja meollos clave de su itinerario familiar, tradicional y personal, y de su idiosincrasia musulmana y femenina, inextricable al contexto social, cultural, económico y político de una Mingora, de un valle de Swat y de un Pakistán asediados por la violencia, la intolerancia y el cruento y destructivo terrorismo de los talibanes, por la corrupción política y policíaca, por la incompetencia del ejército (Fazlullah, el líder talibán en el valle de Swat, aún seguía y sigue libre, pese a la virulenta campaña militar de 2009 y a los puestos de control), por la pobreza, el analfabetismo y la contaminación, y por los prejuicios y ancestrales atavismos que restringen, reprimen y coartan los derechos y las libertades de las mujeres


   Pero también bosqueja, con visos de su particular adolescencia y juventud, su personalidad precoz y competitiva (desde pequeña siempre quiere ser la primera de la clase, sobresalir y figurar en la cima del cuadro de honor), su gusto por la lectura, el estudio y el conocimiento, su facilidad para los idiomas y para hablar en público, y su ideario e ideales concernientes al derecho a la educación de las niñas y adolescentes y de la mujer en sí, cuyo modelo encarna Benazir Bhutto, “la primera mujer que ocupó el cargo de Primer Ministro de un país musulmán”. 

  Pero también relata y resume los pormenores que sucedieron y comenzaron a gestarse cuando ese martes 9 de octubre de 2012 fue baleada por el terrorista talibán que quería matarla y amedrentar y silenciar a su padre, activista en varias trincheras antitalibanes y en pro de la educación de las niñas y adolescentes; las incertidumbres y angustias que vivieron sus progenitores y los auxilios personales, monetarios, médicos, políticos y diplomáticos que ella concitó para salir de su país con celeridad y para que los costosos requerimientos quirúrgicos y terapéuticos fueran de lo mejor y llegaran a buen puerto en el Queen Elizabeth Hospital de Birmingham y por ende relata los escalofriantes pormenores de su estado crítico al borde de la muerte y de su paulatina y asombrosa recuperación. Según dice, fue allí donde tomó conciencia de la expectativa mediática y global que giraba en torno a ella:
 
  “Rehanna [‘la capellada musulmana’ del hospital] me dijo que miles y millones de personas y niños en todo el mundo habían mostrado su apoyo y habían rezado por mí. Entonces me di cuenta de que me había salvado la vida la gente. Seguía viva por una razón. También habían enviado otros regalos. Había cajas y más cajas de bombones y ositos de peluche de todas las formas y tamaños. Quizá lo más precioso de todo fue el paquete de los hijos de Benazir Bhutto, Bilawal y Bakhtawar. Contenía dos velos que habían pertenecido a su difunta madre [fue asesinada en Rawalpindi el 27 de diciembre de 2007 cuando era candidata a la presidencia de Pakistán: un terrorista suicida detonó sus explosivos junto al Toyota Land Crusier blindado cuando ella asomó la cabeza para saludar a la multitud]. Hundí el rostro en ellos para intentar oler su perfume. 

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      “Me di cuenta de que los talibanes habían conseguido hacer mi campaña global. Mientras estaba en la cama esperando a dar mis primeros pasos en un nuevo mundo, Gordon Brown, enviado especial de la ONU para la educación y ex primer ministro de Gran Bretaña, había lanzado una petición con el lema ‘Yo soy Malala’ para exigir que en 2015 no quedara ningún niño sin escolarizar. Había mensajes de jefes de estado y ministros y estrellas de cine, Beyoncé me escribió una postal y subió una foto de la tarjeta a Facebook, Selena Gómez había retuiteado sobre mí y Madonna me dedicó una canción. Incluso había un mensaje de una de mis actrices favoritas y activista social, Angelina Jolie... estaba impaciente por contárselo a Moniba [su mejor amiga de Mingora y del Colegio Khushal].
        “No me daba cuenta entonces de que no iba a regresar a casa.”

    Es así que Yo soy Malala también bosqueja algo de lo que ha sido su recuperación y su nueva vida en Birmingham (con una placa de titanio atornillada en el cráneo y un dispositivo electrónico en el oído izquierdo), de sus premios y viajes por el mundo, de su pensamiento y de sus objetivos personales y de la Fundación Malala (“me salvé por una razón: dedicar mi vida a ayudar a los demás”). No obstante lo terrible, y muy terrible, no deja de asomar la cola en Pakistán:


  Siguen matando a niñas y volando escuelas. En marzo [de 2013] se produjo un atentado en una escuela de niñas que habíamos visitado en Karachi [enero de 2012]. Lanzaron una bomba y una granada al patio del colegio justo cuando iba a comenzar una ceremonia de entrega de premios. El director, Abdur Rasheed, murió y ocho niñas de entre cinco y diez años resultaron heridas. Una niña de ocho años quedó mutilada. Al oír la noticia, mi madre lloró y lloró. ‘Cuando nuestros hijos duermen ni siquiera les rozamos el pelo para no molestarlos —dijo—, pero hay gente que tiene armas y les dispara o arroja bombas. No les preocupa que sus víctimas sean niños’.
 
    El atentado más espantoso se produjo en junio en la ciudad de Quetta, cuando un terrorista suicida hizo volar un autobús que llevaba cuarenta niñas al colegio. Murieron catorce. Entonces los atacantes siguieron a las niñas heridas al hospital y dispararon a varias enfermeras.



“No sólo matan niños los talibanes. Otras veces son ataques de drones, las guerras o el hambre. Y a veces es su propia familia. En junio dos niñas de mi edad fueron asesinadas en Gilit, al norte de Swat, por subir un vídeo online en el que se las veía bailando en la lluvia con trajes tradicionales y la cabeza cubierta. Al parecer, fue su propio hermanastro el que las mató.”  


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